ORLANDO, nueva ópera en el Teatro Real de Madrid
Se representa Orlando, de George Friedrich Händdel, ópera barroca basada en el libreto anónimo adaptado de L´Orlando, ovvaro la gelosa pazzia”, de Carlo Sigismondo Capece, basada a su vez en la obra de Ludovico Ariosto, Orlando Furioso. Como afirma Joan Matabosch, director artístico del T.Real en sus atinados juicios: “Ojalá amar fuera una decisión y no un destino” Orlando es un gran soldado del ejército de Carlomagno que se enamora perdidamente de la princesa pagana Angélica, quien a su vez está enamorada de otro hombre, Medoro. Orlando no acepta el desplante y esto lo hace enloquecer. Está a punto de causar una auténtica carnicería, pero gracias al mago Zoroastro desiste de tamaña idea. En la historia que vemos nos imaginamos una puesta en escena, en la que veríamos ricos salones con lacayos uniformados al servicio de príncipes y princesas; nos imaginamos también un paraje bucólico, boscoso, por donde galopan jinetes a caballo; y castillos sobre inverosímiles cimas. Pero nada de esto va a ocurrir en este Orlando de Sigismondo Capece. Sin embargo, encontraremos a un mago, Zoroastro, que contempla las estrellas y viste un abrigo negro y sombrero. Se abre el telón y la realidad nos aparta de toda elucubración Orlando duda entre la pasión y el amor, o alcanzar la gloria por medio de la guerra. En toda ópera que se precie no pueden faltar los amores cruzados, siempre habrá dos enamorados de una tercera persona con las consecuentes intrigas y luchas para conseguirla. Zoroastro está al corriente de todo y manipula las partes. Un edificio en el centro del escenario, giratorio, con sus correspondientes fachadas nos llevan muy lejos de lo que habíamos imaginado. La estructura, de dos plantas, nos muestra un lateral exterior con escaleras al que se ha decorado con diferentes motivos florales para hacernos la ilusión de un jardín vertical. Otra parte del decorado nos muestra un garaje donde hay un solo coche al que se acercan los protagonistas con su equipaje. Alguien friega y barre sin prestar atención a lo que ocurre. Vemos un gran letrero donde se lee que está prohibido fumar. Y mientras el espectador se hipnotiza con el escenario va sucediéndose la trama de Orlando acariciada por la música de Händel que no deja de complacer y extasiar nuestro oído. Las voces de Orlando (Gabriel Díaz) y Francesca Lombardi Mazzulli (Angélica), magníficas, se acoplan en todo momento a la orquesta. Gira la estructura de nuevo y vemos una caravana donde una joven vende bebidas y bocadillos; una parada de autobús con su pérgola para la lluvia, y un banco. Hasta una papelera al lado. He acudido al Teatro Real sin haber leído una sola crítica sobre la ópera, libre de cualquier influencia y me he encontrado con un verdadero espectáculo en todos los sentidos, desde el comienzo hasta el final. Tres horas y cuarto que pasaron inadvertidas tal fue la conexión de los actores y la música con los espectadores. La música supuso para nuestros oídos, no solo un placer, sino también la de recibir una invasión de sentimientos difíciles de definir. Eso que dicen algunos compositores sobre la música, que no hace falta entenderla sino sentirla. Y sucedió. Podríamos decir, sobre todo para los que critican, o no gustan demasiado las modernas puestas en escena, que este Orlando y lo que sucede sobre las tablas, ha sido un acierto. Fuera de contexto, sí, pero como si hubiéramos presenciado dos óperas diferentes aun siendo la misma; una para la vista, otra para el oído. Han sido siete representaciones, la última el día 12 de noviembre. Orquesta titular de Teatro Real.
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