Como un mosaico bizantino, el retrato de Adele Bloch Bauer, entre láminas de pan de oro y plata, fue encargado por su esposo, Ferdinand Bloch, a Gustav klimt. Tras 68 años de periplo, regresa por fin a manos de sus legítimos dueños.
Dicen de Adele que fue una mujer doliente, sufridora, al estilo de Margarita Gautier, terriblemente frágil y oscura.
Todo llama la atención en este retrato, cuajado de símbolos, como las volutas y los ojos egipcios. Sus manos, en posición geométrica, sean, tal vez, lo más significativo. Ladeadas y sumisas, impávidas y lejanas. Exentas de caricias que ofrecer.
Siempre las mujeres, oferentes sin remedio, dejándose hacer. Dejándose vivir. Sin vivir. Algunas.
El cuadro, el más caro de la historia, fue requisado por Hitler. Su dueña, al recuperarlo lo vendió por 106 millones de euros.
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