Monday, July 01, 2019

49 Edición del Festival Flamenco de Zamora

“Yo no quiero ni joyas, ni riquezas, ni que te luzcas conmigo en Marbella, lo que yo quiero es que vengas a verme y me lleves bajo la luna y las estrellas” Pues ésta era una de las letras que el pasado sábado, día 29, salían de las gargantas de los cantaores en el 49 Festival Flamenco de Zamora. Filosofía pura, sentimientos atávicos que están en lo más profundo del ser humano. Dramas cotidianos entre hombres y mujeres que nos llegan de lejos, desde la Grecia Clásica a Egipto. Desde África a Asia. Filosofías de “andar por casa” como las de Andalucía o tierras castellanas. Y así fue transcurriendo la noche, bajo un cielo limpio y estrellado, junto a la Catedral, para la ocasión sin cigüeñas, como otras veces. Tal vez el calor las cobijaba en algún recóndito lugar junto al Duero. Casi medio siglo de baile y cante, del más puro flamenco, para unir a estas dos tierras tan distintas y distantes como son Zamora y Andalucía, pero que las une la misma pasión, porque en Zamora son muchos los adeptos a ese arte auténtico que sale del alma y que desde Málaga, Jerez o Sevilla se aprende desde la cuna viendo a los mayores, escuchando, palmoteando desde niños. Y no hay otra manera de transmitir a los demás esa fuerza que ha calado tan hondo en los zamoranos y que ha conseguido que en cada espectáculo que llega cada año surja ese “olé impoluto” del que habla Cyntia Cano. Los aficionados zamoranos saben distinguir perfectamente entre el baile académico, muy respetable desde luego, y el baile innato, el que se percibe desde el útero, el que se descubre aun cuando ni se han abierto los ojos. Ese baile que transfigura al bailaor o bailaora en el escenario haciendo que vibre su cuerpo desde el cabello a los dedos de los pies. Y así pudimos ver a Cyntia, con su bata de cola envolantada, una cola que rotaba, que se izaba en abanico rodeando su figura de tronío y, de pronto, sus brazos caían con fuerza dejando que las tablas del escenario se convirtieran en olas de tela arrebolada. Hubo muchos momentos, en su espectáculo, que nos recordaban al matador en la plaza, erguido sobre sus pies, levantando los brazos con las banderillas o entrando a matar. Sí, sin saber por qué, yo veía a Cyntia como a los toreros, con sus formas y esbeltez, levantando gritos en el respetable. Sí, señores. Olé, olé y olé, para que los artistas no extrañen en Zamora, el público de Andalucía. Precisamente, se nos informó que el torero Morante de la Puebla, había estado allí para disfrutar un poco del flamenco. Había toreado esa misma tarde en nuestra plaza. Confabulación de elementos. El festival flamenco de Zamora, huelga decirlo, ya es un clásico en la historia del flamenco. Categoría y profesionalidad le sobra. Y los andaluces lo saben y los artistas lo saben y se sienten orgullosos de volver a la tierra donde fueron consagrándose desde sus inicios, desde los diferentes escenarios donde se desarrollaba el festival: los jardines de los salesianos, la Puerta del Obispo, ahora la maravillosa plaza de la Catedral, esa plaza sobria hecha de milenarias piedras que se ha convertido en el escenario perfecto. Ni a propios ni a foráneos les extraña que en el descanso, como en los toros, la gente comparta viandas típicas como los buenos embutidos de la tierra, las empanadas, el vino y lo que haga falta. La gente disfruta de estos minutos de camaradería que algunos aprovechan para saludar a los artistas, para agradecer que año tras año vuelvan a esta su tierra de adopción. Y cantaores y bailaores agradecen, cómo no, la gran acogida de los zamoranos, su admiración por este arte universal y por los muchos amigos que han ido haciendo a lo largo de casi medio siglo. El presentador iba anunciando al público a los artistas con palabras rebuscadas y bellas, como se requiere para la ocasión. También Charo Antón, poetisa y pintora, autora del cartel de este año subió al escenario para agradecer que hubieran contado con ella y que aunque no entendía mucho de flamenco estaba allí para sentirlo. Y es que al flamenco basta con sentirlo. Embriagaron la noche con su cante: Pansequito del Puerto, Juanito Villar y Esperanza Fernández. Los guitarristas, o al toque, Niño Jero, Miguel Ángel Cortés y Miguel Salgado. Al baile: Cía. Cyntia Cano, Luis Medina, Miguel Levi y Torombo. Una memorable velada donde las seguiriyas los tarantos y las bulerías sonaron en una noche estrellada para reflejar el sentimiento y el dramatismo de vivir, la pérdida y el duelo al más puro estilo lorquiano. Concha Pelayo

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