"El oro del Rin", nueva ópera en el Teatro Real
Le oí decir en cierta ocasión al gran Agustín García Calvo, que “al arte, cuando se le pone precio, deja de ser arte”. La Naturaleza: bosques, mares, ríos, montañas, valles, todo, en su conjunto, son verdaderas obras de arte que el hombre, desde su perverso instinto, se ha empeñado en ponerles precio arrasando bosques, contaminando mares y ríos, destripando montañas para extraer minerales -la savia de la tierra-, para convertir todo ello en mera moneda de cambio. El hombre hace todo esto sin reparar que en esos bosques, en esos mares, en esos ríos y montañas, existen otros hombres que viven sencillamente de lo que les aporta esa riqueza que la madre naturaleza les concedió utilizando una mínima parte para subsistir, pero respetando el entorno, porque ese entorno es su vida, su felicidad. Y porque la Naturaleza, además, es el único garante de que la Tierra no desaparezca. Y esa filosofía es en la que se inspiró Wagner cuando ponía música a su obra, “El oro del Rin”, la primera entrega de la tetralogía de “El anillo del Nibelungo”. Me cuentan que parte del público, en el Teatro Real, se removía en sus asientos, tanta similitud, tantas coincidencias, tanta incursión, tanto afán de poder, tanta indiferencia. El tiempo transcurre y el hombre no cambia. Las hijas del Rin, Woglinde, Welgunde y Flosshilde, nos recuerdan a aquellas indígenas que descubrieron las huestes de Colón cuando llegaron a América. Aquellas indígenas jugaban, se divertían, como esas tres hermanas, y se adornaban con preciosas joyas que la tierra les ofrecía de vez en cuando. Jugaban a las orillas del río. Ellas no valoraban lo que llevaban encima pero aquellos desalmados “descubridores” se abalanzaron sobre ellas, violándolas, degollándolas y llevándose aquellas piezas que adornaban sus miembros. El oro del Rin, ópera que estos días se representa en el Teatro Real nos invita a reflexionar en el daño que se hace a la Naturaleza, en el daño irreparable que el hombre hace al hombre. La ópera consta de cuatro actos en los que se va desgranando el ansia de poder y dominación, los intercambios crematísticos para conseguir lo que se persigue. Todo va transcurriendo mientras la música que dirige Pablo Heras Casado lo envuelve todo y mitiga, tal vez, esa imagen desoladora del río que discurre llevando en sus aguas toda suerte de suciedad, todo lo que sobra a ese depredador que se empeña en despreciar el sentimiento de respeto y conmiseración para lo que le rodea. El hombre no fue creado para eso. Los siglos van sucediéndose y la historia nos va enseñando que el deterioro de la naturaleza no tiene freno. El oro del Rin cobra plena vigencia y nos horroriza ante la presencia de esos neumáticos, de esos plásticos, de esos artefactos de hierro que ya no nos sirven. El canadiense, Robert Carsen, director de escena, señaló, durante la rueda de prensa, la visión del compositor alemán sobre la actividad humana sobre la naturaleza. Según el propio Heras Casado: “ El anillo del Nibelungo es la obra de arte más grande que se haya hecho en la historia”. Música y libreto de Richard Wagner (1813-1883) Equipo artístico: Director Musical, Pablo Heras Casado Conceción, Robert Carsen, Patrick Kinmonth Director de escena, Robert Carsen Orquesta titular del Teatro Real Días: 17,19,22,25,27,30 de enero y 1 de febrero
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