RIENZI DE RICHARD WAGNER, TEATRO REAL DE MADRID
El pasado día 27 de mayo, asistí en el Palacio Real a la Gran ópera, en cinco actos, basada en la novela Rienzi. Era la última representación y el teatro, como siempre, a rebosar.
La Fhilharmonia Chor de Viena, el Coro Titular del Teatro Real y la Orquesta Titular del Teatro, llenaron el espacio con la música de Richard Wagner.
Parece que la dirección del Teatro Real, sensible con el arte y al mismo tiempo con la convulsión social por la que pasa Europa, demuestra su gran tacto para complacer a un público al que no pasa desapercibida la difícil situación por la que pasa España. Este público, en mayor o menor medida, tiene avidez de cierta complicidad y solidaridad por parte de estos grandes aforos artísticos e intelectuales y se congratula porque la dirección del Real seleccione obras donde el espectador puede sentirse identificado, puede sentir que sus avatares son compartidos o incluso aliviados.
La música de Wagner, arranca con fuerza, como si los instrumentos anunciaran una gran tragedia.
La Roma de 1347, la Ciudad Eterna pasa por continuos desmanes por parte de las familias más poderosas. Entonces eran patricios, ahora son clases privilegiadas de diferente calaña. Se urde una trama para secuestrar a Irene, hermana de Rienzi, por parte de los Orsini, pero la trama queda abortada porque esa misma intención la tienen otra de las familias poderosas, los Colonna. Irene se salva gracias a la intervención del hijo de Colonna.
Las familias que en 1347 dominaban la ciudad de Roma, se asemejan bastante a las familias de siete u ocho siglos después. La Iglesia como eje dominante, la iglesia que convive tan en armonía con la Banca y con el propio Estado.
Tres maravillosas horas en las que la música de Wagner ocupó no sólo el interior del Real sino el alma de los espectadores. Tres horas para contemplar a cerca de trescientos artistas en el escenario, orquesta y coros, música y voces. Armonía y belleza. Tres horas únicas e irrepetibles.
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